viernes, 29 de mayo de 2009

Una sonrisa se transforma en una llave cuando la ofrecemos a un "OTRO"

...y TÚ, desde mañana, ¿a quién se la ofrecerás?

La sonrisa tiene un poder transformador e incluso cuando comenzamos a practicarla nos damos cuenta de lo que puede lograr.

La sonrisa tiende a ablandar rostros idos y encerrados en el enojo. Es más, ella produce que el trabajo del “otro” se dignifique.

La sonrisa logra estimular un intercambio agradable de palabras, nos ayuda a relacionarnos de mejor manera y por ende, comunicarnos en ese fluir necesario que nos permite configurarnos, nos permite coincidir y por suerte, escucharnos, siendo este último, el gesto mas valioso del estar presente en la comunicación.Ver sonrisas: http://www.desinuts.com/2009/01/14/smiles-worth-a-million-80-pics/

domingo, 24 de mayo de 2009

Ensayando pasos de baile para comunicarme con mi gato “Bigotes”

Un paso hacia delante, dos para atrás…uno, dos, tres…hacia el lado, al frente…uf…pierdo el ritmo…esto parecía fácil, siempre lo veo por televisión.

Bailar deseando danzar es un tema mayor, sobretodo si quieres intercambiar miradas de complicidad con tu gato.

Su nombre era y es Bigotes. Un felino que robo mi corazón y que dejé en lejanas tierras porteñas. El hito sin duda de la historia, no es la nostalgia por el animal –aunque suene rudo-, sino aprender pasos de baile para comunicarme con aquel felino bello de pelaje bicolor. Parece insólita, extraña y hasta hermética la propuesta. Sin embargo, cuando comencé a pensar sobre qué es la comunicación o cuando traté de explicármela, descubrí y sentí su complejidad en mis venas y las ganas de plantear propuestas arriesgadas.

Desde ese escenario se desprende una suerte de acertijo enmarañado del baile+pasos+gato+mujer+mirarnos en estado de comunión. Entendiendo lo difícil que sería compaginarnos a través de los movimientos que requiere la danza y sabiendo que los gatos se desplazan en cuatro patas y no en dos pies como los humanos, me era más complejo imaginar cómo nos coordinaríamos para girar en círculo, entrecruzar pasos y luego terminar de un brinco en los hombros de Bigotes –pues no tiene hombros-.

Si bien la tarea era compleja o imposible –no faltan los incrédulos-, la idea era pararnos en la pista de baile y encontrar en la práctica la solución a nuestras ganas de comunicarnos. Sabíamos que el baile sería un medio para que nuestros seres entraran en “estado de comunión”. La realidad nos ofrecía solo diferencias, tanto de tamaño como corporales, rítmicas, de destreza, de naturaleza animal. A ello se sumaba nuestra disonante composición emocional y por cierto, nuestras formas de vida. Ambos éramos friolentos, pero Bigotes no le teme a las alturas, incluso puede caminar por palitos muy angostos a nueve metros de altura y sigue impertérrito…el es muy valiente, eso también lo hace más bello.

Sin embargo, a pesar de nuestras diferencias nos queremos mucho, existe entre nosotros algo en “común” que nos permite seguir en esta batalla, ya que nuestro objetivo es sólo uno, comunicarnos.

Pasó el tiempo, habíamos cumplido ocho clases de baile, pero algo nos impedía danzar. Esta situación nos llevó hacia una reflexión vital que permitió revelarnos diferencias imposibles de borrar, cada uno tenía a su haber diversas historias de vida, habíamos vivido tiempos distintos, mirábamos o mejor dicho, observábamos el mundo desde nuestras características visiones, cada una en su forma y dispar entre sí. Por lo tanto, nuestra misión fue encontrar un elemento común que permitiera configurarnos al momento de bailar…aunque mi objetivo era que danzáramos. (Todos pueden bailar, más no todos danzan)

Fue allí, en ese pequeño instante de reflexión, cuando ambos nos miramos y sonreímos, claro Bigotes lo hizo a su manera –pues imaginar un gato sonriendo es algo extraño por decir algo-. Fue en ese maravilloso espacio, en esa pista brillosa y gigante, donde entendimos que para comunicarnos debíamos buscar un elemento común, bingo! Ambos dijimos alunísono: la emoción del amor. En ese momento, Bigotes pareció erguirse hasta apoyarse en sus dos patas traseras como humano y por mi parte, mi visión se agudizaba como felino.

En ese mágico momento, ambos comenzamos a danzar, danzar, danzar, danzar en círculo hasta elevarnos tras cada giro…era surrealista. Nuestras mentes seguían concentradas en la emoción del amor, pues era la vibración que nos mantenía suspendidos y por supuesto, desde ese espacio común por fin logramos mirarnos con complicidad hasta comunicarnos, ya que la danza requiere de códigos especiales, sin embargo, fue justamente la danza lo que se transformó en nuestro propio código.

Poco a poco fuimos bajando hasta rosar nuestros pies y patas con la losa de la pista. El entorno volvió a su normalidad. Bigotes volvió a su estado de cuadrúpedo y mi visión se torno nuevamente humana.

Sin duda, ya nada sería igual para nosotros o mejor dicho, ya nada es igual, pues descubrimos cómo ser cómplices, cómo bailar hasta danzar y por fortuna, comunicarnos.

*Una fabula sobre comunicación en homenaje a mi gato Bigotes, por su lealtad y cariño sin demandas.