jueves, 21 de enero de 2010

DEFINIR, POTENCIAR Y CONSTRUIR

Un artículo de Mariluz Soto Hormazabal/ Comunicóloga y diseñadora chilena
http://comunicologia.blogspot.com/2010/01/definir-potenciar-y-construir.html

Desde que entran a las escuelas de diseño, una constante preocupación de los estudiantes es definir cuál es el estilo, no el propio sino que el de otros, tratando de identificarlo con algún gran diseñador, corriente ideológica, grafica o artística. El estilo es observado desde la historia del arte con las obras de grandes artistas. Esos artistas que mantuvieron un estilo propio en las diferentes áreas en las que se desarrollaron, lograron una connotación importante con la instalación de la identidad de sus obras y con la contribución que entregaban a una sociedad o grupo de personas.
El estilo del diseñador se crea y desarrolla en base a la experiencia y a la capacidad de observación. Este camino puede tener dos sendas, una es identificarse con algún artista o diseñador, inspirándose y siguiendo sus teorías. Otra alternativa es la fusión que necesita de un arduo trabajo en la identificación de rasgos lo suficientemente poderosos para mantener la identidad de culturas o corrientes y modernizarlos, en conformidad y armonía a las habilidades personales.

La declaración visual de un diseñador contemporáneo se puede identificar estableciendo una relación entre cada uno de los proyectos desarrollados, buscar una constante en el estilo aplicado y definirlo como propio. Muchas veces, esta concordancia se puede perder, al dejar de aportar y crear en los proyectos que se emprenden.

Reproducir lo que manifiesta el cliente como carencia, debilidad, fortaleza, necesidad de potenciar, resaltar o proyectar, no contribuye necesariamente a la construcción del estilo ni a obtener resultados funcionales, estéticos y con trascendencia. El desafío está en mantener la propia declaración visual, que pasa a ser nuestra identidad como diseñadores, lo que proyectamos a los clientes y lo que ellos valoran de nuestro trabajo.

La declaración o estilo del diseño es el valor desplegado en los diferentes proyectos, es la capacidad de representar las necesidades del cliente, transformarlas, fusionarlas, resolver y proponer soluciones sólidas y que marcarán un antes y después.

Definir la identidad y el estilo del diseñador son un paso en la construcción de la identidad de diseño nacional.

jueves, 14 de enero de 2010

RECONSTRUIR UNA COMUNIDAD

Un artículo de Ricardo Higuera Mellado/ Comunicólogo y Periodista chileno http://thotlearning.blogspot.com/

Dos personas se encuentran en la calle. Se reconocen, se saludan, se abrazan, se sientan a conversar. Hablan de su vida, de los 15 años en los cuales no se habían visto, de las pichangas que jugaban en los recreos, de las tardes eternas luego del horario de clases, mientras recibían a otros compañeros y amigas en ese rincón de la estación del metro. Sonríen. Aceptan que en esos años estuvieron cerca, que establecieron un espacio de encuentro en donde compartían chistes, noticias, comentarios, en donde criticaban a sus profesores, miedos por las pruebas coeficiente dos, por el discurso que uno de ellos tuvo que dar cuando el profesor lo nombró presidente de su clase, por la ocasión en que les llamaron la atención por haber faltado a clases sin explicación aparente. Piensan en que en esos años fueron felices, que se vestían de forma similar, que les gustaba la misma música, que se reían de las mismas cosas, que tenían esperanzas de transformarse en profesionales exitosos.

Pero el “éxito” fue la palabra que los distanció. Luego de dejar el colegio, los caminos de ambos comenzaron a separarse. Pasaron cinco años, casi seis, en universidades distintas. Frecuentaron otras personas, descubrieron otros grupos, adquirieron conocimientos nuevos, diferentes, de los cuales ya no había tardes enteras para comentar. Al contrario. El tiempo se fue haciendo escaso. Pocas llamadas telefónicas –a pesar de la irrupción de los celulares-, el correo electrónico que recién formó parte del quehacer de ambos hace siete u ocho años. Uno comenzó a preocuparse de ganar más dinero, de alcanzar mejores posiciones en la empresa en la que trabaja, por tener el auto de moda y la ropa importada. El otro, prefirió trabajar por los niños abandonados, luchar por conseguir un techo y una educación digna para ellos, por borrar de sus caras los rastros de la infelicidad que les provocó vivir sin un padre, sin una madre.

En esa conversación quisieron encontrar las claves que explicaran el motivo de su alejamiento. ¿Cómo, si eran tan amigos? ¡Los mejores amigos del colegio! Sin darse cuenta, dejaron de visitarse, dejaron de estar, dejaron de compartir, dejaron de ser comunidad.

Para muchos el significado de la palabra comunidad puede estar circunscrito a una sensación de “bienestar”. Estar “en comunidad” es estar en un ambiente de tranquilidad, donde no hay deudas –idealmente de ningún tipo-, donde existe respeto, tolerancia, donde hay espacios para expresarse con libertad, sin el temor a ser mirado de una determinada manera, donde uno puede hablar, donde escuchas y te escuchan. Y sí. De cierta manera ese concepto se ajusta a lo que entiendo por comunidad. Pero hay otros factores que lo fortalecen y lo convierten en un elemento central a la hora de comprender la potencia de la comunicación.

Comunidad se traduce en un espacio común, en donde bastan dos personas –como estos dos amigos de adolescencia- para generar un mundo particular, común, como lo dice su nombre. En ese espacio surgen códigos, lenguajes, intereses similares, objetivos, planes, estrategias, anhelos que se quieren alcanzar, que se quieren cumplir. En ese espacio surge la identidad como uno de los elementos centrales de su constitución.

Para lograrlo, se apela a la voluntad y el interés para establecer mecanismos que permitan remar en esa dirección, agrupando todas las fuerzas involucradas, para que el trabajo sea menos costoso y, a su vez, pueda satisfacer a más personas, a todos los integrantes de esa comunidad. En ella, sus miembros se reconocen, distinguen elementos que los constituyen como tal y construyen sobre una base común que les permite proyectar sus intenciones.

En un mundo globalizado como en el que vivimos actualmente, las comunidades se han multiplicado exponencialmente, cada una con distintas identidades. La masificación de la tecnología ha permitido que ciudadanos de todo el mundo tengan un mayor acceso a la información y, de esa forma, sean capaces de reconocer a integrantes de comunidades a las que pertenecen en sitios distantes del planeta, aquellas que quisieran integrar y, ciertamente, aquellas a las que no ingresarían por ninguna razón.

Esta oleada de comunidades de distinto tamaño, se mueven sin conocer el peso real que significa constituirse como tal. Luego de establecer –tácita o expresamente- sus objetivos, muchas comienzan a divagar sin mucha dirección, desdibujando la identidad que los define, estableciendo una fecha de vencimiento inamovible. Es importante tener una actitud de apertura, de revisión constante, de inclusividad, de autocrítica y también de proposición, para que la comunidad no se transforme en un ente inerte, sino que cobre vida, asuma ese potencial y se transforme en un real agente de cambio.

Es importante que las comunidades estén con sus sistemas de atención y alerta encendidos. Y no solamente por un tema de protegerse de los enemigos, sino porque en un mundo dinámico como en el que nos desenvolvemos, existen otras comunidades –no podría llegar a cuantificar las que se han formado mientras escribo estas líneas- que pueden mostrar afinidad en determinados planteamientos, o pueden contribuir a que el trabajo de la comunidad original pueda ser realizado de una forma más llevadera.

Es importante saber distinguir a aquellas comunidades que pueden ayudarnos a cumplir esos objetivos, como también a las que pueden entorpecer mi desarrollo y crecimiento. Y desde esa perspectiva, el rol activo de todos los integrantes de una determinada comunidad, juega un rol preponderante.

La potencia de las comunidades se traduce en actos concretos cuando sus integrantes deciden hacerlo así. La fuerza de las comunidades puede transformar no sólo espacios físicos, sino que aquellos construidos en el inconsciente colectivo. Pueden ayudar a transformar sociedades, a erradicar aquellos males que afectan el desarrollo de sus individuos, pueden transformarse en actores que construyen un mejor mundo donde vivir.

Andrés y Ernesto, los amigos del colegio, conversaron cerca de dos horas. Se olvidaron del resto del mundo por esos instantes, lograron reconstruir una comunidad que parecía olvidada, perdida. En esos casi 120 minutos se observaron, se reconocieron, se sorprendieron, aprendieron un poco más del otro, se maravillaron con las noticias que cada uno tenía para contar, se esperanzaron con la posibilidad de recuperar esa amistad de antaño. Quedaron de acuerdo en juntarse una vez más, esta vez para discutir un proyecto que quizás podrían levantar en un futuro cercano. El éxito de esa iniciativa dependerá de cuán involucrados estén en construir una comunidad que cumpla con esos deseos.

LA FOTOGRAFÍA DE HAITÍ NOS RECUERDA QUIEN ES

La pregunta surge de inmediato…¿es necesario que el mundo sea fotografiado en sus desgracias para darnos cuenta que hay personas que necesitan nuestra ayuda?. En el caso de Haití es algo estremecedor, es imposible no mirar al cielo y preguntar nuevamente ¿cuál es la idea?.

Sabiendo que es el país más pobre de Latinoamérica y uno de los más vulnerables del mundo, es posible que esta sea una nueva oportunidad para que los gobiernos, las organizaciones, los poderes económicos y nosotros, instalemos los ojos en esta realidad que pide ser mejorada.

Es complejo pensar que para captar nuestra atención –la del mundo- deba ocurrir un terremoto de 7,3 grados, muchas muertes y desaparecidos. Además de la escenificación de la tragedia y el movimiento humanitario que se organiza en pro de curar las heridas superficiales. Y sin embargo, nos volvemos a preguntar: ¿Cómo podrá –o podremos- curar las lesiones más profundas de Haití?

miércoles, 6 de enero de 2010

La diversidad es un agrado cuando no nos afecta, ¿verdad?...


Mientras me sorprendía con unas cifras sobre la esperanza de vida de los niños en África y los estragos que produce la malaria, de fondo -en mi casa- se escuchaba una pequeña discusión de unas visitas del viejo continente a quienes se les había acabado el “gas” mientras se duchaban –en compañía de 24 grados de calor-. Sabiendo que para satisfacer dicha necesidad, había que llamar por teléfono, pedir el gas y resuelto problema, me preguntaba, cómo logramos con facilidad hacernos problemas por cosas solucionables, mientras existen ciudades, países, personas que con suerte logran satisfacer alguna de sus necesidades básicas. La diversidad es un agrado cuando no nos afecta, ¿verdad?...cuánto dejamos de ver o de valorar…en qué minuto perdimos nuestra capacidad de adaptación y a la vez de “piel”.