viernes, 26 de febrero de 2010

UNA CONVERSACIÓN INVISIBLE HABITA ENTRE NOSOTROS

Imaginemos y experimentemos con atención nuestro cuerpo

A lo lejos vemos que viene hacia nosotros una persona que ubicamos o que conocemos por esas casualidades de la vida.
Posibles razones: Porque vive en el barrio. Porque compramos el mismo café con una gota de leche todas las mañanas en el Restauran El Paseo y luego tomamos el metro a las 9:00 de la mañana. Porque suele aparecer y desaparecer de mi ventana cada vez que saca a pasear a su perro todas las noches cuando me dispongo a cenar o sencillamente, porque todos los sábados por la mañana compramos chirimoyas en la verdulería colorida de calle Bellavista.

Sin saber la razón o el motivo, e independientemente de las circunstancias cotidianas indicadas, cada vez que vemos a esa persona, algo sucede en nosotros. El cuerpo comienza a cambiar su “estado” de quietud. El ritmo cardiaco se agita, la respiración se acentúa, las fosas evidencian contracciones cíclicas. El tono muscular del rostro reúne nuestras cejas, la rigidez de la mandíbula se transporta hacia el cuello y las extremidades. La sangre fluye llenando cada espacio, preparándonos para un ataque que es evidentemente innecesario. Todo parece fluir de manera rápida y sin saberlo o identificarlo, hemos comenzado a experimentar la emoción de la rabia.

Después de sucedido el “acercamiento” que provocó dicho huracán en nuestro interior y exterior, nos quedamos pensando porqué aquella persona nos agita y transforma nuestro estado de “tranquilidad” en uno de “alerta”.

Las historias van conformando parte de nuestra memoria emocional, que es forjada desde nuestro relacionar con “otros” seres humanos, quienes a su vez de manera integrada e individualmente asimilan o experimentan “estados” emocionales que pueden “revivirse” si nos hallamos en una situación que nos conecte con una historia similar.

Es posible que esa persona que vemos caminar hacia nosotros, sea parte de una vivencia compartida o quizás lo proyectado por ella nos conecte con una instancia compleja donde la “rabia” fuera nuestra emoción dominante.

Las emociones –en el caso de las denominadas “básicas”- vienen con el ser humano, son universales, están en cada uno de nosotros sin discriminación, no las aprendemos ni las creamos desde la experiencia cultural, sólo están. Aquí la alegría, la rabia, la tristeza, el miedo, el erotismo y la ternura, son parte de nuestra configuración como seres vivos, determinando nuestra forma de estar en el “presente” y ese “cómo” comunicarnos con el mundo.

La conversación invisible
Al leer a Susana Bloch, una estudiosa de las emociones y creadora del método Alba Emoting, se descubre algo potente y clarificador que puede ayudarnos a entender aún más la naturaleza humana. Bloch precisa que cada emoción, en cierto grado, es necesaria y válida, e incluso – y lo más importante- debe ser vivida como tal.

Muchas veces ocurre que al sentirnos tristes o acongojados, buscamos algún amigo para conversar, de un momento a otro las lágrimas surgen y nos sorprendemos llorando, cuál suele ser la respuesta inmediata de nuestro interlocutor: “no llores, debes estar tranquilo”. Error. Las emociones deben vivirse. Si logramos “llorar” y canalizar aquello que sentimos, entonces más rápido saldremos de la tristeza. En cambio si reconocemos una emoción que nos brinde bienestar, será óptimo mantenerla en el tiempo.

¿Por qué otra razón son importantes las emociones?, ellas tienen el rol y capacidad de “comunicar”. Una conversación entre dos personas o más no sólo está determinada por las palabras, su contenido e intencionalidad, ni por las conductas que los individuos tomen a partir de este ejercicio, sino también por dicha “conversación invisible” que se expresa mientras interactuamos o al conseguir esa “coincidencia” que ofrece el conversar.

La conversación invisible es el conjunto de emociones que están presentes al momento de comunicarnos, están en el ambiente y son proyectadas por quienes se están comunicando. Es decir, si las personas interactúan, las emociones también lo hacen, algunas -emociones- logran coincidir o empatizar entre si, otras llevan al desencuentro o a la imposibilidad de “acuerdos” entre los individuos.

En este caso para lograr un proceso donde ambos o más personas se sientan integradas al momento comunicacional que las ha reunido, es necesario una sensibilidad, observación y consideración para reconocer, distinguir e identificar esa melodía emocional que se instala cuando se comunican. Al percibirla, al ver aquello que sin ser material determina nuestra forma de empatizar y de entender a la persona que comparte un momento de intercambio y fusión con nosotros, es cuando comprendemos el poder, sentido y valor de las emociones.

Sin duda, las emociones modelan nuestro estar en el mundo. Ejemplo de ello son los niños que de manera natural “ríen” unas trecientas veces sin parar, de todo y por todo durante el día, mientras los adultos “sonríen” más de cien veces al día y los menos alegres unas quince veces. Ciertamente un niño y un adulto son distintos, con vivencias, tiempos e historias examinadas desde una comprensión propia de las edades. Sin embargo ambos traen consigo la capacidad de estar “alegres” y con ello intervenir su fisiología. Es más, reírnos a carcajadas produce endorfinas que suelen calmar nuestros apremios y nos brindan una sensación de bienestar. Retomamos la pregunta nuevamente: ¿por qué otra razón son importantes las emociones?.

La presencia inevitable de las emociones y su observación nos permiten el cocimiento de la naturaleza humana, de ese entorno lejano, cercano y de nosotros mismos. La emoción aquí se transforma en un canal de conocimiento, de modelación, de una lectura profunda sobre lo que sucede en este “presente” donde logramos comunicarnos, tu y yo, nosotros en una reunión para alcanzar un acuerdo, para percibir en qué estado se encuentra una comunidad y qué melodía emocional componer para saltar los obstáculos y hacer surgir la potencia humana.

martes, 2 de febrero de 2010

COMUNIDAD ES UNA “COMUNIÓN” CON CAPACIDAD PARA TRANSFORMAR

Más sobre comunidades en: http://thotlearning.blogspot.com/
Distinguir la comunidad es la acción
Todos nos encontramos en el mundo, la gran comunidad. De manera natural compartimos este espacio amplio y diverso en geografía, personas, culturas, situaciones, oportunidades y la capacidad de darnos cuenta que sí somos parte de él, no por un tema de elección sino desde un hecho concreto: vivimos en el planeta.

En el mundo nos vamos ligando entre nosotros a través de determinadas circunstancias que nos definen como seres en constante relación, conversación, miradas o a través de un saludo, de transacciones económicas, tecnológicas, transformándose en ejercicios cotidianos que nos permiten compartir un largo o breve espacio de intercambio, o mejor dicho, de comunicación.

Así vamos creando una red de hebras que se cruzan formando “hitos de comunicación”. Cada cruce puede dar paso a otro o a más hitos hasta tejer una red que seguirá en progreso. Estamos dentro de ella, no por un asunto de opción u obligación, más bien ella al igual que el aire está presente. Cómo verla si desde dicha metáfora podríamos decir que es transparente. La podemos ver observando lo que hacemos y cómo desde un “natural fluir” nos vamos vinculando más o menos profundo desde los espacios físicos que deseamos o que nos toca compartir, al ser chilenos o pakistaníes, al ser niños o estar en distintos lugares del mundo viendo el mismo programa de televisión.

El “hito de comunicación” goza de sutileza y consolidación, puede ser breve como una sonrisa o decidor como un acuerdo entre dos personas o a través de un discurso presidencial escuchado por un país de millones de habitantes. Ciertamente nos conectamos en diversos niveles de confianza, de conocimientos, de afectos, de intereses, de acciones, y esa capacidad de vinculación presente o ignorada es lo que nos revela el cómo vamos construyendo, participando, fortaleciendo y creando comunidad.
La comunidad está presente
Nuestra imagen de comunidad más cercana proviene de acciones que implican un alto número de participantes o de grandes motivaciones que reúnen personas en manifestaciones, etnias, religiones, etc. Evidentemente el concepto de comunidad es más amplio y considera la comunión que logramos con el entorno, con las personas; no es ajena a nuestra vida, ni depende de grandes acciones realizadas por grupos de personas, es más, habitamos más comunidades de lo que logramos identificar como tal.

Distinguirnos en una comunidad, es vernos en la acción de compartir, de comunicarnos, de vincularnos por los motivos o circunstancias que sean. Dos personas que “conversan”, que intercambian ideas, afectos, puntos de vista e intereses o que los acuerdan, están creando un proyecto común y como observadores podremos decir: sí, allí se está gestando una comunidad, mientras al compartir lo que observamos con otros, también comenzaremos a generar nuestra propia comunidad.

Así, sin identificarlas, vamos habitando distintas comunidades durante el día, es una práctica que surge de los múltiples espacios, intereses y acciones que ofrece lo cotidiano, permitiendo muchas veces vincularnos de manera conciente, voluntaria o como resultado del vivir.

Podemos ser parte de una comunidad al despertarnos por la mañana junto a la familia, cuando viajamos en el metro, al protestar frente al Congreso Nacional y también, al apagar las luces por un minuto en favor del planeta. Es decir, nuestra capacidad de movernos, de acordar, de querer ser parte de algo que nos identifique, de comunicarnos o de vivir, nos lleva a integrar variadas comunidades sin, muchas veces, saber que las habitamos.

El mover humano es constante. Al imaginar, pensar uno, dos y cientos de pensamientos a la vez, al tomar una conducta específica o realizar acciones, estamos movilizando el espacio, el mundo. Un ejemplo concreto de ello es nuestro ejercicio respiratorio que interviene nuestro entorno, liberando dióxido de carbono constantemente a cambio de oxígeno. Sin duda, el dinamismo que ofrece el “vivir” implica la vinculación, el contacto, la comunicación que permite “crear comunidad”.
Creación e identidad
Sabiendo que somos creadores de comunidades, sería bueno reflexionar el cómo crearlas en función de objetivos claros y que redunden en un bienestar. Si revisamos procesos de cambios históricos como el vivido en Chile a fines de los ochenta al retornar la democracia, descubriremos que hubo un objetivo claro que muchas personas estuvieron dispuestas a trabajar para lograrlo.

Para ser precisos, la “comunidad” se crea desde el encuentro de los intereses, de los espacios comunes, de los afectos compartidos, las conversaciones y los deseos profundos de las personas. Es más, si observamos los procesos que la constituyen, es probable que logremos visualizar y construir aquellos “hitos comunicacionales” que brinden ese estado de “comunión” que define y da origen a toda comunidad humana.

Los resultados de la comunión deseada, trabajada o construida desde las personas, le permiten a la comunidad decir quién es, para dónde va, qué quiere lograr, con quiénes y para qué. La claridad que ella alcance al ser comunidad, le permitirá definirse y ser definida de la misma forma, quien la observe verá lo que ella también ve de si misma y lo que desea proyectar.

La identidad posee movilidad y es capaz de transformarse si los objetivos de la comunidad lo requieren. Por ende, la comunidad precisa de la identidad para lograr lo que desea o aspira y a la vez, necesita de las personas para construir la realidad, las ideas, las emociones y las conductas que permitan realizar aquel “proyecto común” o el “gran motivo” que le posibilita reconocerse como una comunidad.