domingo, 1 de julio de 2012

Vipassana o el salir de la Matrix




¿Sientes que no perteneces al mundo que habitas?

Un día, lejos de Chile, estaba en una situación complicada, estaba haciendo cosas que siempre había soñado, trabajaba con muchas personas diversas, un encanto de espacio, sin embargo el equilibrio, si es que algún día lo tuve, se había ido. En ese instante surgieron preguntas: ¿soy feliz?,  ¿siento que fluyo con lo que hago?, ¿era esto lo que buscaba?, ¿por qué perdí la paz si supuestamente estaba en el lugar correcto?

En esos instantes comenzaron a aparecer los maestros.

Una amiga muy especial que por esos días se encontraba en Bolivia y con la cual conversaba por Internet estando en Ecuador, me pregunta: ¿Por qué no haces un curso Vipassana? Ella llevaba unos 3 a 4 realizados y vaya que su ser había cambiado, era una persona honesta, amable y de gran entendimiento. Su propuesta no tardó en ser aceptada, busqué la web, llené la ficha de inscripción y quedé en lista de espera, como estaba a una semana de volver a Chile, pensé “si hay que hacerlo la lista de espera correrá”.

Los cursos de Vipassana se hacen en todo el mundo. Duran 10 días, es decir, en solo 240 horas de tu vida podrás experimentar el desprendimiento de todo lo conocido, salir de tu “realidad” e ingresar al mundo de la meditación y el noble silencio.

Vipassana es una técnica inspirada por Gautama, el Buda, quien llegara a la visión cabal, a la verdad última sobre la realidad del hombre, quien descubriera hace 25 siglos de qué estamos hechos (partículas subatómicas) y que el “yo” era solo una ilusión construida por el ego. Un hombre iluminado que dejó una técnica que permite la “aceptación de la realidad” o ecuanimidad, la concepción de  la impermanencia, la apertura del “ser” para ser feliz y por sobretodo, la liberación.  

Descubres que tienes la posibilidad de acabar con la ignorancia que frena ese cambio que buscas, sin duda la ignorancia espiritual no deja ver y te condiciona a creer que el mundo externo es lo más concreto que tienes.

Vipassana confirma
Al pasar los días llega la confirmación, dejando la lista de espera y obteniendo el cupo esperado.

Faltaban 4 días para lo que en ese momento llamaba “retiro”. Los nervios se manifestaban en las tripas, sentía ese miedo extraño que te hace pensar “y si mejor no voy”, mientras el ser desde las profundidades dice “debes ir”. Estás en esa dualidad y a veces en la polaridad de oponerte a tu propio cambio, es la mente la que se resiste, comportándose poderosa e indómita.

Al llegar al lugar del “retiro” (Putaendo-Chile) te hacen responder un cuestionario, aceptar el código de disciplina y entregar tus pertenencias “valiosas” como celulares, dinero y en mi caso la libreta de anotaciones más el lápiz. Luego te ubicas en la habitación que compartirás con una o más personas, hablas, miras, preguntas y luego asumes que esta persona será tu compañero de este viaje sin retorno.

Tienes cierta ansiedad porque todo empiece pronto. En la noche de aquel día te comprometes a cumplir 5 preceptos o Sila (moralidad) durante 10 días: No matar, no robar, no mentir, no tener relaciones sexuales y no consumir tóxicos, confieso que todas eran posibles, excepto “no mentir”. También ingresas en el noble silencio y en la experiencia de estar solo aunque estés en un mismo espacio con más de 70 personas, entre hombres y mujeres. La jornada siguiente, como todas las que vendrían, comenzaría a las 4 de la madrugada al toque de gong -que temes no escuchar-, meditar más de 10 horas diarias, más el desayuno, almuerzo y merienda, para luego ir a la cama a las 21:30 horas.

Parece sencillo, los comentarios de los amigos y la familia antes de partir son: “las medias vacaciones”, “yo quisiera desconectarme” o “estar onda relajado meditando 10 días, la suertecita”. Esos comentarios me daban pudor y con ello la reflexión de si en realidad merecía tener ese espacio mientras el mundo iba a 180 kilómetros por hora. Una mezcla de irresponsabilidad y deber estaban en el ambiente.

Al toque de Gong
El silencio de la madrugada hace surgir un gong imponente y envolvedor, son las 4 de la mañana, ¡a levantarse!

Todos bien abrigados enfilamos a la sala de meditación. Es importante acomodarse muy bien, ya que estarás dos horas sentado (para comenzar). Aquí los cojines son importantes, serán tus amigos más cercanos, contendrán todo tu cuerpo durante largas jornadas y días, deben ser resistentes, ya que los dolores no se harán esperar.

La primera tarea será centrar la mente en un pequeño espacio a la altura de las fosas nasales y la comisura del labio superior, donde ingresa la respiración (inspiración y expiración), además de identificar las sensaciones, esta práctica se denomina Samadhi(meditación). La misión parece simple y la mente de manera brutal no revela las dimensiones ni las dificultades de dicho ejercicio.

Las primeras complicaciones son “cómo estar sentado” para no incomodarnos después de un largo o corto tiempo. La espalda es la primera en acusar la falta de apoyo, el trasero a la altura del coxis desea un mejor cojín, las piernas duelen al estar dobladas en forma de indio y tu mente no logra ni por medio minuto conectarse con ese pequeño triángulo de la cara.

Era complejo concentrarse, un desafío para campeones, no logras focalizar la respiración y las sensaciones, mientras tratas de evitar el dolor físico. A cada instante la mente se adueña de la atención, piensas cosas sin sentido como “más rato me bañaré con agua caliente”, “pucha me duele la espalda”, “porqué no traje más ropa” o “ese tipo ‘X’ me cae pésimo”.

Es así como empiezas a descubrir situaciones valiosísimas para la vida. Primero es comprobar que el 98 por ciento de lo que piensas carece de contenido y tiene trascendencia cero o mejor dicho, no te conducen a nada concreto, a nada. La mente se comportaba como un Big Bang de pequeñas unidades de pensamientos (energía e información) desconectadas entre si. Cada una de estas unidades estaban centradas en un recuerdo (pasado) o lo que vendrá (futuro), el presente no lo conocía, creía desde una comprensión intelectual lo que era, pero como no lo había experimentado jamás, era imposible saberlo.

Por lo tanto lo segundo que descubres es que hasta ese minuto jamás habías experimentado el presente, 34 años de vida sin vivenciar el “aquí”, entonces qué podría saber de la realidad, de lo que perciben los sentidos y su construcción casi inmediata de lo que creemos ver.

Es brutal y común preguntarse: “quién” eres realmente. Te deslizas de manera lineal por el tiempo gracias al sistema nervioso, ya que pareciera que no estamos preparados para experimentar todo de una vez, sin embargo, todo está allí flotando como un sistema solar.

Lo tercero y con ello la caída “en parte” del ego, es darse cuenta que nuestras comprensiones de las cosas son desde la intelectualidad, o sea desde la capa externa de la mente, del consciente, sin hacer “carne” aquello que profesamos saber. Es como depositar la creencia en una ilusión que aceptamos sin saber si es cierta. Decimos “sí, claro eso es así”, “estamos todos en red”, “hay que vivir en el aquí y el ahora” o “nuestro espíritu está alegre”:

¿Qué es espíritu?
¿Qué es así?
¿Qué es la red?
¿Qué es el presente?



El dolor
Después de (tus primeras) dos horas de meditación viene el desayuno que es muy abundante, ya que el almuerzo es mesurado y la merienda un guiño. Todo aquello es pensando en el estado que debes lograr para poder constatar tu ser en ese breve instante llamado presente. Aquí no hay azares, cada elemento de la experiencia tiene una razón, aunque trates de cuestionarlo.

Al inicio no comprendes porqué debes tener la concentración en un solo punto del cuerpo durante horas y días, pues la mente habla hasta el cansancio, el hemisferio izquierdo se resiste a ser domado y acallado, él no quiere rendirse. Sientes que cada intento de concentración es fallido, que no lo lograrás e incluso te preguntas abriendo con disimulo los ojos “qué hago aquí entre todas estas estatuas humanas mientras el mundo se incendia”.

Paralelo a ello, comienzas a sentir dolores en diversas partes del cuerpo, esto no es para todos igual. Sientes dolores musculares, tensión, ardor, te enderezas y duele, te encojes y duele,  te inclinas hacia la derecha y duele más. Cambias las piernas de posición y claro, ya los pies no se duermen, pero las rodillas punzan. El estómago es un festival de sonidos, los eructos se aflojan como ángeles y otros temas que no detallaré. Es tan común toda esta sensación corporal que la comunidad de meditantes entra en una intimidad que parece igualarnos.

Sabes que si la meditación dura una hora, hora y media y hasta dos, debes permanecer allí, debes lograr “observar el dolor”, aceptar la realidad “tal y como es”. La razón es muy potente, ya que al observar el dolor, logras ampliar tu capacidad de vivir ante lo que rechazas sin rechazarlo,  aún más, empiezas a saber quién eres.

El cerebro tiende a reaccionar y cada reacción acrecienta las sensaciones. Por ejemplo, si sientes un dolor el cerebro reacciona con aversión consiguiendo acentuar así la sensación (vedana) y de paso el pensamiento: “Esto no lo quiero”. Lo mismo ocurre cuando la sensación es agradable: “Quiero repetirla”. Cada sensación en su forma se convierte esencialmente en una adicción, hecho que nos hace depender de ellas, ya sea deseando o rechazando, ambos trayectos nos producen un estado común que trasciende a cualquier diferencia humana resumida en una sola palabra: infelicidad, ser desdichado.

Es aquí donde mente y materia, pensamiento y cuerpo, sentir y salud, parecen ligarse o quizás nunca estuvieron separados. Cada uno trabaja para el otro.

Observar el dolor es una experiencia inicialmente violenta, ya que lo intentas controlar o te resistes, sin embargo la clave está es entregarse a aquello que pasa en ese presente, en este instante, aceptando la realidad “tal y como es”. Esa simple acción hace aminorar el dolor corporal, parece magia pero es real. Descubres que gran favor le haces a tu cuerpo actuando así.

Al salir de la sala de meditación tras la experiencia de conocerse sientes estar en un estado de tránsito y hasta te desplazas de la misma forma. No comprendes nada, mientras un velo comienza a resbalar. Quieres arrancar de allí, dejar la práctica hasta ahí. Quieres volver a tu vida de ilusión, ya que la otra, la que está por venir te asusta, pues es desconocida, en definitiva: estás apunto de salir de la Matrix.

Todo cambia
Los días pasan como un parpadeo, son intensos. El silencio parece una necesidad, es una decisión noble y sabia.

Comienzas a ansiar la estabilidad, sientes que la necesitas, ya sea al meditar, al sentir, al pensar, al caminar, al dormir. Quieres que todo sea “de una forma”. Quieres que ese viaje como quien cae al túnel sin fondo del País de las Maravillas termine ¡ya!

Pero no, eso no es posible, ya que descubres un cuarto elemento que la propia técnica confirma una y otra vez: la impermanencia.

Cuando hablan del fluir de las cosas no es una metáfora, ya que tanto las sensaciones, el vivir constante, el nacer para morir, nuestra piel o el comportar de las partículas subatómicas nos indican que “todo aparece y desaparece”. Nadie se baña dos veces en un mismo río (Heráclito).

La impermanencia es un hecho y una constante, permanecer equilibrados o ecuánimes a ello es lo que cambia la historia del buen vivir. De ahí la importancia de aceptar el presente, sea como sea, sea bueno o malo, eso de seguro “cambiará”.

¿Cómo apegarnos a las cosas, a las personas, a lo que pasó o vendrá, a todo lo que creemos que nos pertenece?
¿Qué nos pertenece en la impermanencia universal?

Claramente esto no es simple de procesar, quizás demores toda la vida, un segundo o un promedio de ambas, quién sabe aquello. Estás vivenciando undespertar sin retorno, cambias tu punto de vista o el punto donde te situabas para comprender la maravilla esponjosa del universo, de la nada, del espacio vacío que somos y que habitamos.

Salir de la Matrix es dejar de vivir en el mundo exterior para vivir en el interior y desde él. Nada ocurre fuera sino dentro de nosotros; es el proceso de cambio imprescindible, el necesario, el despertar espiritual que falta para vivir en armonía con el todo.

La experiencia Vipassana te entrega las llaves o quizás tu mismo te las entregas  para despertar a la vida, a esa que durante tus primeros nueve meses existía, donde tu ser era honesto contigo y tu con él.

Saliendo de la Matrix
Al cuarto día,  el profesor indica que luego de estar tres días agudizando la mente a través del ejercicio de concentración llamado Samadhi (meditación), puedes pasar a la práctica Vipassana.

La nueva misión es concentrar  la atención y ecuanimidad en cada parte del cuerpo, desde  la cabeza a los pies y de los pies a la cabeza. Distinguir cuáles son las sensaciones, si son fuertes, sutiles o si no detectas nada. Además, se suma otro desafío, en las meditaciones grupales (tres diarias y de una hora de duración) deberás mantener la misma postura, los ojos cerrados y tus manos en el mismo lugar, pase lo que pase.

En la cuarta jornada las molestias han crecido. Surgen nuevos dolores mientras los primeros síntomas van en retirada. La mente logra concentrarse y el hemisferio izquierdo se ha rendido, ya no sientes esa voz interna que parlotea. Comienzas a experimentar el presente e ingresas al área del inconsciente, aquel espacio vedado y misterioso del ser humano.

La concentración es un estado que amplifica tus sentidos, consintiendo que escuches todo, hasta los sonidos más sutiles. Tu mente alcanza una claridad en diversos ámbitos, solucionas temas personales, hallazgos teóricos, espirituales y de vida cotidiana, te invade la creatividad y el manejo del espacio físico, sintiendo cada paso, cada sabor, cada cucharada que ingresas a tu boca.

Al meditar puedes lograr un grado de concentración tal que dejas de moverte, la respiración toma un ritmo muy lento, ingresando cuotas sutiles de aire al cuerpo. Las extremidades se paralizan y solo la cabeza parece existir. Posteriormente sucede algo maravilloso, por fin comienza el viaje hacia el interior, alcanzando esa fusión con el todo, mente y materia parecen uno, siendo un instante tan verdadero, sin perder por cierto ninguna conexión con el entorno, es decir, no es que estés “en otra”, es que estás experimentando el increíble estado de la reveladora lucidez.

Es así como inicias el camino hacia la sabiduría o Pañña.  

Durante los 6 días restantes las meditaciones estarán enfocadas en observar las sensaciones de cada parte del cuerpo, precisar la manifestación del free flow o libre fluir de la energía y el conocimiento cabal de ti mismo.

Cada día tiene su afán. Cuando ya piensas que aprendiste, que estás unido con el todo, al siguiente segundo ya eres una piedra insensible que parece no conectarse con nada. Nada permanece, todo duele y deja de doler. Ciertamente los primeros 6 días sientes que eres un deportista en un centro de alto rendimiento, piensas que no lo lograrás. La mente por su parte te envía sueño, cansancio, justificaciones, es la verdadera serpiente de la historia, es la indomable que debe ser sometida por ti.

En paralelo, la noche y el dormir tienen su rol también, cada sueño parece una revelación. Surgen así las personas que han sido claves en el camino, los que amas, los que odias, tus pudores, la locura de las tormentas personales fijadas en concretas tempestades oníricas. El magnífico gong se materializa en los sueños, marcando principios y fines, abriendo espacios, cerrando otros. En otros casos ni alcanzas a soñar porque es imposible dormir, tienes tanto ahí dentro que arreglar.

Vipassana, la técnica de la liberación
Es increíble lo que puedes hacer en solo 10 días de tu vida. Es inevitable hacer una lista mental  extensa con los nombres o personas que deseas que lo vivan. Al cabo del curso te sientes realmente feliz porque no solo ves una oportunidad para ti sino para el mundo.

Meditar puede ser la actividad comunitaria capaz de sanar al mundo.

Sabes que lo esencial no está en los 10 días ni en el aprendizaje de la técnica, sino en la constancia de la práctica. Desde hoy sabes que la meditación se sumará a tu cotidianeidad, de lo contario la mente hará su trabajo y comenzarás a creer nuevamente en el mundo exterior sabiendo la verdad de la Matrix.

Al meditar temprano, antes de cualquier otra actividad, puedes comenzar el día con mucha energía, buen carácter y equilibrio mental, lo notas al trabajar, al realizar tareas, todo parece fácil y de fluir rápido, te sientes inspirado por vivir.

Tus objetivos de vida también cambian al descubrir (ver) tus talentos y el propósito de vida, aquella verdad que llena de sentido la existencia, sabes que aquello lo harás con gusto, sin quejas ni agotamientos y lo que es mejor, buscas que tu labor pueda servir a los demás.

Todos los parámetros conocidos de lo que debe ser la vida, el trabajo y las relaciones humanas desaparecen, la mente se rinde y decides abandonar la vida que tenías, optando por actuar de manera honesta con tu ser.

Ya no sigues al mundo,  aquella cáscara consensuada como realidad mundial ha desaparecido y tu te has liberado.

Desde hoy eres una mujer y un hombre libre.