jueves, 18 de marzo de 2010

LÍDERES PARA CONSTRUIR UN PAÍS

Un 31 de octubre (2009) ingresé a una sala, eran cerca de 30 adolescentes, estudiantes de enseñanza media que provenían de esos espacios sociales llamados vulnerables. Sin consultar previamente qué significaba aquello en la práctica y tampoco tratando de imaginar realidades extremas o historias complejas, nos conocimos. El primer ejercicio fue mirarnos a los ojos sin excusas ni definiciones, pero si con mucha libertad.

Ellos integraban el “Programa Educadores Líderes” de la Universidad de Santiago de Chile. Eran jóvenes que sobresalían dentro de la comunidad escolar por ser líderes, por aquella distinción que los hacía aparecer con una energía potente o distinta a sus pares. Estando en aquella sala, ese sábado de octubre, era necesario empatizar, ir más allá de lo que la vida nos ha posibilitado hacer de manera individual y descubrir esa forma de liderar que actúa hacia un bienestar común.

Un liderazgo en construcción
Ciertamente experimentar una realidad nos permite un nivel mayor de empatía, ya sea al crear una estrategia de intervención o al imaginar una posible solución, pues ambas serán más cercana hacia las personas que van dirigidas.

La experiencia que nos entrega estar con el “otro” o los “otros” desde una relación humana, distinguida como un ejercicio basado en la escucha “presente”, la observación y la empatía, nos entrega una vivencia emocional, de contenido y de hechos concretos que ayudará sin duda a imaginar qué es eso que buscan o necesitan descubrir las personas, en su hacer, en su cotidianidad.

Intervenir desde un liderazgo que vaya en pro de fortalecer los proyectos comunes, individuales y por construir, es la visión de un líder que comprende lo que requiere una comunidad humana que imagina en torno a sus sueños, deseos y frustraciones por disipar.

Aquí, al igual que en la frase “el mensajero no importa”, el líder no es el centro de todo proceso, por el contrario, su papel es revelarles a las personas la capacidad innata y la fuerza que vive en ellas, ya sea al momento de vincularse y hacer posibles sus proyectos de vida, laborales y humanitarios.

Por años los líderes fueron vistos como pequeños “héroes”, seres especiales y protagonistas de los cambios, sin embargo si observamos bien, los cambios son el resultado de la fuerza que logran las personas al trabajar unidas para y por un objetivo común, es más, sin personas no hay líder, su figura se sustenta desde la existencia de los “otros”.

Ahora un líder que advierte su capacidad y rol, comprenderá que puede vincular, potenciar y dar sentido a la existencia humana. El valor de su intervención surge cuando las personas descubren que desde sus acciones, lo que parece “imposible” puede ser posible.

Es sabido que lo que nos impide pensar en lo “posible”, es el discurso instalado de que las “cosas seguirán siendo como han sido hasta hoy”, ello siembra la frustración y por ende, paraliza las acciones o movimientos que permitan cambiar una situación para dar paso a una nueva y mejor.

Hechos como el Plebiscito de 1988 en Chile, el ingreso de la mujer al mundo laboral o el poder hablar de violencia intrafamiliar, explotación infantil y homosexualidad en Latinoamérica, revelan que previamente existió una comunidad, un grupo humano que buscó generar cambios, integración y establecer conversaciones que por largos años estuvieron “escondidas” por otros grupos humanos.

La tarea del líder actual es distinguir, fortalecer y crear comunidades humanas. Para ello el líder debe buscar e identificar como “gran observador” las prácticas utilizadas por los seres humanos al relacionarse. Si hacemos el ejercicio, surgen tres prácticas habituales: el conversar, la necesidad de ser escuchados y la búsqueda del bienestar, tres acciones que permiten sabernos en el mundo junto a “otros”, anunciar qué deseamos y nuestra razón de vida respectivamente.

Es por ello que las distinciones son vitales al momento de trabajar junto a los grupos humanos. Es más, si el líder descubre cómo se comunica un determinado grupo, logrará saber qué buscan, cómo vincularlos entre sí y qué es “eso” que necesitan reforzar para coincidir como comunidad.

En conclusión, diremos que el líder de hoy ya no es el “patrón”, “la autoridad” o “el animador”, sino más bien una persona que sintoniza, que observa al ser humano, alguien dispuesto a escuchar y que de manera brutal se siente inspirado por esa potencia que vive en cada una de las personas, seres que al lograr comunión pueden cambiar el rumbo de las cosas a su favor.
Aquí no hay destino, sólo una vida por escribirse.

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